Pasó por la Feria del Libro y presentó su último libro, "Pecado". Una híbrida serie de relatos en función de novela.
Con una evocación al “Jardín de las delicias”, el tríptico del pintor holandés El Bosco, la escritora colombiana Laura Restrepo construye en “Pecado” una trama en la que sus personajes, todos infractores, confiesan sus historias sin concesiones ni dobles morales para que sean los lectores quienes juzguen “qué es el bien y qué es el mal”.
En su paso por la Feria del Libro de Buenos Aires, ciudad en la que vivió algún tiempo en el barrio porteño de Caballito, la colombiana (1950) -una “nómade”, como se define, refugiada ahora en Los Pirineos en España- presentó su última novela que, a diferencia de las anteriores “Hot sur”, “Demasiados héroes” o “La novia oscura”, explora otro tipo de narración, guiada por la presencia del mal.
Sucede que “Pecado” (Alfaguara) es una novela, pero divida en relatos con personajes que no se conocen entre sí. En cada capítulo, Restrepo marca la respiración de una narración que nunca es lo que parece pero siempre se aproxima a la idea del mal: una relación incestuosa, tres hermanas de clase alta indiferentes en un pueblo pescador, un adolescente sicario, un verdugo que corta cabezas, un hombre infiel o una mujer descuartizadora.
Y cada una de esas historias está contada bajo la influencia de “El jardín de las delicias”, el tríptico del holandés Hieronymus Bosch, que fanatizó al rey Felipe II, quien la guardaba en sus aposentos. Como el monarca español, Restrepo quedó impactada de pequeña con esa obra maestra exhibida en el Museo del Prado, y su reproducción la escoltaba mientras escribía la novela.
-¿Por qué “El jardín de las delicias”?
-Necesitaba una referencia cultural, en este sentido una gran obra maestra que me permitiera tomarla como hilo conductor. “El jardín” es un drama, es casi una obra de teatro: el ser humano al que le dan el paraíso y después el tránsito hacia el infierno. La obra es interpretada como una expresión de la ortodoxia, hasta tal punto que el más católico de los reyes, Felipe II, que inventa la Inquisición contra la Herejía, la adquiere para sus aposentos reales. Pero también hay otros que dicen que la obra es una gran herejía. La ambigüedad y la perplejidad es enorme y tiene un poder narrativo enorme.
-¿Ese poder narrativo la impulsó a construir “Pecado” como una novela no tradicional, dividida en relatos?
-Sí, yo digo que es una novela, pero son capítulos independientes. Hay un tema central que es la relación del ser humano con el mal, pero con hilos conductores que el lector irá descubriendo, como la parte sobre el todo o la pérdida del paraíso. Creo que era un tema suficientemente complejo para atenerse a patrones establecidos. Y pensé: esto hay que escribirlo como salga, como pidan las tripas.
-¿Y por qué esta exploración?
-Creo que hoy el gran cambio en términos narrativos está en la novela gráfica o en las series de televisión, como en “Black Mirror”, o películas como “Relatos Salvajes” y “Amores Perros”, donde hay un tema central y una serie de hilos conductores que recorren los relatos, pero luego tienes distintos escenarios, como una condensación de microestructuras dentro de la totalidad.
Personalmente, hace rato que ya no leo ‘novelones’ y eso que yo he escrito novelas larguísimas, me cansaron un poco. En este libro busqué más condensación y al mismo tiempo una mezcla de géneros mucho más libre, como borrar la frontera entre periodismo y literatura, ensayo y ficción, y realidad y fantasía. Generar un ida y vuelta por el que transita el mal.
-¿Y por qué el mal?
-Me gustaba pensarlo como personaje que aparece en la vida de la gente por momentos o por estados permanentes. La hipótesis de partida era el momento en que se te desploma una ética religiosa, que marcaba de manera impositiva qué es el bien y qué es el mal. Creo que la humanidad no ha construido un código laico civil que marque la conducta de los seres humanos entre sí. Estamos como en una especie de limbo moral.
-¿Por ejemplo?
-En Europa, donde estoy viviendo actualmente, lo refleja la actitud de los gobiernos con la gente que inmigra: cerrar puertas, levantar muros, generar terror ante cualquiera que sea distinto. Eso indica que no hay pautas de conducta, es monstruoso lo que está pasando ahí, precisamente en una sociedad que se supone es el paradigma de la democracia y la civilización. En ese sentido, la idea era no juzgar a partir de la base de que compartimos la perplejidad de la falta de un código convenido y que sea el lector que se meta en los zapatos de los pecadores mientras le susurran sus pecados; que sea el lector que decida si lo comprende, lo tolera o lo rechaza.
-¿Y qué paradigma ético y moral acorde a los tiempos imagina?
-Para mí es inimaginable, evidentemente la moral cristiana no funcionaba, la penalización por la sexualidad, por ejemplo, ocultó durante siglos los verdaderos motivos del mal. Es urgente una elaboración colectiva. Lo que sí siento es que el capitalismo impone una moral muy torcida: la de la falta de compasión y la falta de amor en un sistema productivo donde el prójimo es la amenaza. Todo está en juego y el ser humano como especie está abocado a su propio final, no hay ética en el contacto con la naturaleza.
-¿Ese sería el pecado actual?
-El pecado es una palabra intraducible, pero sí creo que roza con el maltrato con lo que nos rodea, con la naturaleza y los otros. Me urgía escribir sobre el mal porque lo siento una amenaza que está sobre nosotros y no tenemos códigos ni herramientas para enfrentarla. ¿Cómo generar algo que ya no sea compasión sino admiración, reconocimiento y amor al que es distinto?
-Y, entonces ¿qué no es pecado?
-El deseo, por ejemplo, no es pecado. Quizá el verdadero pecado sea poder contrariar la orden, la voz del patriarca; la búsqueda de felicidad y libertad.